Tenía que acercarse a él como fuera, tenía que decidirse. ¿Qué iba a perder? Nada. Ya lo tenía todo perdido. Lo estaba mirando fijamente, y no encontraba el valor ni la fuerza necesaria.
Llevaba años enamorada de él, y muchos más años siendo su amigo; no podía acercarse así como así. No podía ponerse delante de él y decirle:” ¡Hola! Soy tu amiga Paula y soy vagabunda, la que estaba liada con la droga hace unas semanas, la que se desmayó ¿Te acuerdas de mi?”. No podía. Quizás mañana, si se encontraba con suficientes fuerzas, se acercaría.
Mientras lo miraba, embobada, se quedó dormida. Al rato, notó como alguien la zarandeaba suavemente, con delicadeza. Abrió los ojos con lentitud, y no se creía lo que estaba viendo. Era él.
Pablo estaba delante de ella y la estaba mirando. En la mano, sostenía un café en un vaso de plástico. Éste le preguntó si lo quería. Paula asintió con la cabeza, muerta de vergüenza. Cogió el café, y sintió en sus manos que aún estaba caliente, y en su nariz, su aroma, que tanto le gustaba.
Paula ni siquiera sabía porqué estaba allí. No sabía si era porque la había reconocido, o porque simplemente había tenido un acto de solidaridad. Increíblemente, le preguntó con mucha amabilidad si podía sentarse a su lado. Ella le dijo que sí, y se echó a un lado.
Pablo la miró fijamente con esos preciosos ojos verdes en los que ella siempre se perdía, los que ella siempre quería que la miraran. Ella ni siquiera pudo contener un minuto su mirada, y agachó la suya, así como su cabeza con la que había sido una preciosa melena castaña clara, pero que ahora, a causa de la poca higiene, o más bien nula, era una melena sin nada especial, sólo una melena grasienta y enredada.
¿La habría reconocido? ¿Por qué la miraba de esa manera? ¿Por qué no apartaba la mirada? ¿Y por qué estaba allí, a su lado?
Tras unos cuantos minutos incómodos, sin hablar, Pablo la cogió de la mano, y le dijo: “Paula, mírame”. Ella levantó la cabeza, le miró, y después de estar tanto tiempo sin hablar, pudo articular una frase: “¿Sabes quién soy?”. El asintió con la cabeza.
-Paula, lo siento, perdóname, yo no quería…
-Pablo, ¿de qué estás hablando?
-Tenemos que hablar de muchas cosas, aclarar cosas…Pero el primer paso es llevarte a mi casa, no vas a estar ni un solo día más en la calle, no lo permitiré.
-¿Estás loco? ¿Vas a meter a una vagabunda en tu casa? ¿Estás seguro?
-No, voy a meter en mi casa a mi amiga Paula, no a ninguna vagabunda. Vamos, levanta, que hay mucho que hacer.
Paula pensó que tenía que ser un sueño, no era posible. No era posible que, Pablo, del que estaba enamorada, fuera a sacarla de la calle.
Y no lo era.
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