Se lamentó por quedarse dormida, creía que, despierta, hubiera podido salvarle.
Pero eso no habría ocurrido.
Fue el destino. Dicen que toda nuestra vida gira alrededor del destino, que a cada persona le llega su hora en un determinado momento. El destino era inamovible, aunque Paula no lo entendiera.
Hundida en su sentimiento de culpabilidad y viendo como tapaban el cuerpo con una manta, Paula rompió a llorar desconsoladamente. Hacía mucho tiempo que no lloraba así, o quizás nunca lo había hecho de esa manera.
Entonces, cuando las lágrimas inundaban sus ojos castaños y caían por sus pálidas mejillas, sintió una suave brisa reconfortante, acariciándole la cara.
Miró a su derecha , y descubrió, asustada, que Pablo permanecía a su lado.
jueves, 28 de abril de 2011
lunes, 25 de abril de 2011
Sólo los muertos conocen las respuestas (Parte 4)
Los destellos y las sirenas incesantes de una ambulancia y de un coche de policía, hicieron que se despertara de su profundo sueño.
Se desperezó, recordando todavía el fantástico sueño que le habría encantado que se hiciera realidad. Pero, cuando abrió los ojos, con lentitud, su sueño quedó hecho trizas.
Su mirada incrédula se encontró con un café derramado a sus pies, que aún echaba humo. Miró al frente, y creyó, que la escena fatal que estaba contemplando era fruto de otro sueño, o mejor dicho, de una horrible pesadilla.
Se abofeteó, se pellizcó la cara, esperando despertar de ese malicioso sueño, pero no ocurrió.
Pablo, que acababa de estar sentado a su lado en el sueño, ahora estaba tendido encima de un charco de sangre sobre la carretera. Su cuerpo no respondía, los sanitarios no podían hacer nada por él.
Un coche lo había atropellado mortalmente. Es lo que dedujo Paula al ver a agentes de la policía hablando con el dueño del coche que había sufrido el impacto. El capó tenía una notable abolladura.
Los viandantes, sobrecogidos, al igual que Paula, contemplaban la escena desde las aceras.
Mientras tanto, la mente de Paula no paraba de pensar la extraña coincidencia que acababa de ocurrir.
¿Pablo cruzaba la carretera para encontrarse con ella, como había ocurrido en su sueño?
Se desperezó, recordando todavía el fantástico sueño que le habría encantado que se hiciera realidad. Pero, cuando abrió los ojos, con lentitud, su sueño quedó hecho trizas.
Su mirada incrédula se encontró con un café derramado a sus pies, que aún echaba humo. Miró al frente, y creyó, que la escena fatal que estaba contemplando era fruto de otro sueño, o mejor dicho, de una horrible pesadilla.
Se abofeteó, se pellizcó la cara, esperando despertar de ese malicioso sueño, pero no ocurrió.
Pablo, que acababa de estar sentado a su lado en el sueño, ahora estaba tendido encima de un charco de sangre sobre la carretera. Su cuerpo no respondía, los sanitarios no podían hacer nada por él.
Un coche lo había atropellado mortalmente. Es lo que dedujo Paula al ver a agentes de la policía hablando con el dueño del coche que había sufrido el impacto. El capó tenía una notable abolladura.
Los viandantes, sobrecogidos, al igual que Paula, contemplaban la escena desde las aceras.
Mientras tanto, la mente de Paula no paraba de pensar la extraña coincidencia que acababa de ocurrir.
¿Pablo cruzaba la carretera para encontrarse con ella, como había ocurrido en su sueño?
viernes, 22 de abril de 2011
Sólo los muertos conocen las respuestas (Parte 3)
Tenía que acercarse a él como fuera, tenía que decidirse. ¿Qué iba a perder? Nada. Ya lo tenía todo perdido. Lo estaba mirando fijamente, y no encontraba el valor ni la fuerza necesaria.
Llevaba años enamorada de él, y muchos más años siendo su amigo; no podía acercarse así como así. No podía ponerse delante de él y decirle:” ¡Hola! Soy tu amiga Paula y soy vagabunda, la que estaba liada con la droga hace unas semanas, la que se desmayó ¿Te acuerdas de mi?”. No podía. Quizás mañana, si se encontraba con suficientes fuerzas, se acercaría.
Mientras lo miraba, embobada, se quedó dormida. Al rato, notó como alguien la zarandeaba suavemente, con delicadeza. Abrió los ojos con lentitud, y no se creía lo que estaba viendo. Era él.
Pablo estaba delante de ella y la estaba mirando. En la mano, sostenía un café en un vaso de plástico. Éste le preguntó si lo quería. Paula asintió con la cabeza, muerta de vergüenza. Cogió el café, y sintió en sus manos que aún estaba caliente, y en su nariz, su aroma, que tanto le gustaba.
Paula ni siquiera sabía porqué estaba allí. No sabía si era porque la había reconocido, o porque simplemente había tenido un acto de solidaridad. Increíblemente, le preguntó con mucha amabilidad si podía sentarse a su lado. Ella le dijo que sí, y se echó a un lado.
Pablo la miró fijamente con esos preciosos ojos verdes en los que ella siempre se perdía, los que ella siempre quería que la miraran. Ella ni siquiera pudo contener un minuto su mirada, y agachó la suya, así como su cabeza con la que había sido una preciosa melena castaña clara, pero que ahora, a causa de la poca higiene, o más bien nula, era una melena sin nada especial, sólo una melena grasienta y enredada.
¿La habría reconocido? ¿Por qué la miraba de esa manera? ¿Por qué no apartaba la mirada? ¿Y por qué estaba allí, a su lado?
Tras unos cuantos minutos incómodos, sin hablar, Pablo la cogió de la mano, y le dijo: “Paula, mírame”. Ella levantó la cabeza, le miró, y después de estar tanto tiempo sin hablar, pudo articular una frase: “¿Sabes quién soy?”. El asintió con la cabeza.
-Paula, lo siento, perdóname, yo no quería…
-Pablo, ¿de qué estás hablando?
-Tenemos que hablar de muchas cosas, aclarar cosas…Pero el primer paso es llevarte a mi casa, no vas a estar ni un solo día más en la calle, no lo permitiré.
-¿Estás loco? ¿Vas a meter a una vagabunda en tu casa? ¿Estás seguro?
-No, voy a meter en mi casa a mi amiga Paula, no a ninguna vagabunda. Vamos, levanta, que hay mucho que hacer.
Paula pensó que tenía que ser un sueño, no era posible. No era posible que, Pablo, del que estaba enamorada, fuera a sacarla de la calle.
Y no lo era.
Llevaba años enamorada de él, y muchos más años siendo su amigo; no podía acercarse así como así. No podía ponerse delante de él y decirle:” ¡Hola! Soy tu amiga Paula y soy vagabunda, la que estaba liada con la droga hace unas semanas, la que se desmayó ¿Te acuerdas de mi?”. No podía. Quizás mañana, si se encontraba con suficientes fuerzas, se acercaría.
Mientras lo miraba, embobada, se quedó dormida. Al rato, notó como alguien la zarandeaba suavemente, con delicadeza. Abrió los ojos con lentitud, y no se creía lo que estaba viendo. Era él.
Pablo estaba delante de ella y la estaba mirando. En la mano, sostenía un café en un vaso de plástico. Éste le preguntó si lo quería. Paula asintió con la cabeza, muerta de vergüenza. Cogió el café, y sintió en sus manos que aún estaba caliente, y en su nariz, su aroma, que tanto le gustaba.
Paula ni siquiera sabía porqué estaba allí. No sabía si era porque la había reconocido, o porque simplemente había tenido un acto de solidaridad. Increíblemente, le preguntó con mucha amabilidad si podía sentarse a su lado. Ella le dijo que sí, y se echó a un lado.
Pablo la miró fijamente con esos preciosos ojos verdes en los que ella siempre se perdía, los que ella siempre quería que la miraran. Ella ni siquiera pudo contener un minuto su mirada, y agachó la suya, así como su cabeza con la que había sido una preciosa melena castaña clara, pero que ahora, a causa de la poca higiene, o más bien nula, era una melena sin nada especial, sólo una melena grasienta y enredada.
¿La habría reconocido? ¿Por qué la miraba de esa manera? ¿Por qué no apartaba la mirada? ¿Y por qué estaba allí, a su lado?
Tras unos cuantos minutos incómodos, sin hablar, Pablo la cogió de la mano, y le dijo: “Paula, mírame”. Ella levantó la cabeza, le miró, y después de estar tanto tiempo sin hablar, pudo articular una frase: “¿Sabes quién soy?”. El asintió con la cabeza.
-Paula, lo siento, perdóname, yo no quería…
-Pablo, ¿de qué estás hablando?
-Tenemos que hablar de muchas cosas, aclarar cosas…Pero el primer paso es llevarte a mi casa, no vas a estar ni un solo día más en la calle, no lo permitiré.
-¿Estás loco? ¿Vas a meter a una vagabunda en tu casa? ¿Estás seguro?
-No, voy a meter en mi casa a mi amiga Paula, no a ninguna vagabunda. Vamos, levanta, que hay mucho que hacer.
Paula pensó que tenía que ser un sueño, no era posible. No era posible que, Pablo, del que estaba enamorada, fuera a sacarla de la calle.
Y no lo era.
martes, 19 de abril de 2011
Sólo los muertos conocen las respuestas (Parte 2)
Hacía exactamente dos semanas que ocurrió lo que no debería de haber ocurrido nunca, lo que le hubiera gustado que no ocurriera.
Aquel día empezó con lo que ella llamaba “una tontería” y acabó siendo una adicción, una adicción que la estaba consumiendo y que había acabado con su casa, la había alejado de su familia y de sus amigos, y la había dejado en la calle.
Ella se temía que tantos días de alcohol, drogas y tabaco no iban a acabar bien. Estaba en la calle y sola, por culpa de esa mierda.
Sentía, que el chico del bar era la única persona que tenía, aunque quizás él ni siquiera sabía que todavía existía. Él fue la última cara conocida que vio antes de desmayarse. Ella no sabía que él intentó ayudarla, pero asustado y sin saber qué hacer, la dejó tirada en el suelo de aquella discoteca, en la que circulaba la droga y se consumían litros y litros de alcohol sin complejos.
Cuando despertó en el hospital, su familia no quería hacerse cargo de ella, y directamente, la echaron a la calle. Y así, con lo puesto, deambulaba por las calles a partir de ese día.
Intentó regresar a su casa, a pesar de saber que su familia se había desentendido, pero siempre se encontraba las puertas cerradas para ella.
Aquel día empezó con lo que ella llamaba “una tontería” y acabó siendo una adicción, una adicción que la estaba consumiendo y que había acabado con su casa, la había alejado de su familia y de sus amigos, y la había dejado en la calle.
Ella se temía que tantos días de alcohol, drogas y tabaco no iban a acabar bien. Estaba en la calle y sola, por culpa de esa mierda.
Sentía, que el chico del bar era la única persona que tenía, aunque quizás él ni siquiera sabía que todavía existía. Él fue la última cara conocida que vio antes de desmayarse. Ella no sabía que él intentó ayudarla, pero asustado y sin saber qué hacer, la dejó tirada en el suelo de aquella discoteca, en la que circulaba la droga y se consumían litros y litros de alcohol sin complejos.
Cuando despertó en el hospital, su familia no quería hacerse cargo de ella, y directamente, la echaron a la calle. Y así, con lo puesto, deambulaba por las calles a partir de ese día.
Intentó regresar a su casa, a pesar de saber que su familia se había desentendido, pero siempre se encontraba las puertas cerradas para ella.
miércoles, 13 de abril de 2011
Sólo los muertos conocen las respuestas (Parte 1)
Un día más, se levantó de la cama sin saber porqué. Hacía ya unas semanas que no encontraba sentido a despertarse cada día.
Se sentó en el borde de la cama, con los ojos todavía cerrados; no quería encontrarse con la realidad de todos los días, pero tendría que abrirlos. Con decisión los abrió, y vio lo que tanto miedo le daba: la calle. Su cama no era más que un colchón sucio y maloliente.
Se encontraba en la antigua puerta de aquella tienda de ropa, que dejó de serlo, y que hacía unos meses tanto le gustaba. Por lo menos, tenía algún sitio donde dormir, algún sitio donde refugiarse cuando hacía frío o cuando llovía.
Se despertó hambrienta, pues hacía días que apenas probaba bocado. Quizás hoy comiera algo. Empezó a caminar bajo una espesa niebla que caía sobre las calles, y muerta de frío, andaba sin rumbo, buscando algo para llevarse a la boca. Pasó por aquel bar, donde un día consiguió comerse unas tostadas y un café con leche bien caliente, gracias a algún despistado que dejó caer unos tres euros; y donde lo vio a él.
Nunca faltaba a su cita, siempre estaba allí, en la misma mesa, a la misma hora, y siempre solo. Iba bien vestido, peinado, muy guapo, como siempre había sido. Ella se sentó en el parque de enfrente, en su habitual banco de madera, como todos los días, para contemplarlo.
Desde su desgracia, siempre hacía lo mismo. Todos los días se le ocurría la idea de acercarse a él y hablarle. ¿Pero cómo se iba a presentar delante de él de aquella manera? ¿La reconocería?
Se sentó en el borde de la cama, con los ojos todavía cerrados; no quería encontrarse con la realidad de todos los días, pero tendría que abrirlos. Con decisión los abrió, y vio lo que tanto miedo le daba: la calle. Su cama no era más que un colchón sucio y maloliente.
Se encontraba en la antigua puerta de aquella tienda de ropa, que dejó de serlo, y que hacía unos meses tanto le gustaba. Por lo menos, tenía algún sitio donde dormir, algún sitio donde refugiarse cuando hacía frío o cuando llovía.
Se despertó hambrienta, pues hacía días que apenas probaba bocado. Quizás hoy comiera algo. Empezó a caminar bajo una espesa niebla que caía sobre las calles, y muerta de frío, andaba sin rumbo, buscando algo para llevarse a la boca. Pasó por aquel bar, donde un día consiguió comerse unas tostadas y un café con leche bien caliente, gracias a algún despistado que dejó caer unos tres euros; y donde lo vio a él.
Nunca faltaba a su cita, siempre estaba allí, en la misma mesa, a la misma hora, y siempre solo. Iba bien vestido, peinado, muy guapo, como siempre había sido. Ella se sentó en el parque de enfrente, en su habitual banco de madera, como todos los días, para contemplarlo.
Desde su desgracia, siempre hacía lo mismo. Todos los días se le ocurría la idea de acercarse a él y hablarle. ¿Pero cómo se iba a presentar delante de él de aquella manera? ¿La reconocería?
sábado, 9 de abril de 2011
Noche en el teatro

Hoy no traigo ninguna de mis imaginarias historias, por el contrario, traigo una realidad. Ayer pasé una maravillosa noche en el teatro en compañía de mis amigos, viendo la obra "El Misántropo" de Menandro, representada por el grupo de teatro Phersu, de la Universidad de Cádiz, y me ha parecido oportuno contarlo aquí por varios motivos.
Uno de ellos es para alabar el gran talento de los actores, y el otro, es porque le va a hacer mucha ilusión a cierta "hipócrita" que conozco (ella sabe por qué la llamo así). Yo nunca he sido de teatro, la verdad, pero me hicieron pasármelo tan bien..., que creo que sin ninguna duda repetiría.
A pesar de ser tan jóvenes, y sin tantos años de experiencia a la espalda, sabieron transmitir a la perfección el espíritu de la comedia, haciéndonos reír con cada gesto, y también con la palabra, claro. Aunque ellos sean la gran parte del espectáculo, tan poco les falta mérito a los que están detrás de todo: luces, música, maquillaje, vestuario, dirección...
Admirando la labor que hacéis, ya sólo me queda daros las gracias por haberme metido el "gusanillo" del teatro en el cuerpo. ¡FELICIDADES!
Uno de ellos es para alabar el gran talento de los actores, y el otro, es porque le va a hacer mucha ilusión a cierta "hipócrita" que conozco (ella sabe por qué la llamo así). Yo nunca he sido de teatro, la verdad, pero me hicieron pasármelo tan bien..., que creo que sin ninguna duda repetiría.
A pesar de ser tan jóvenes, y sin tantos años de experiencia a la espalda, sabieron transmitir a la perfección el espíritu de la comedia, haciéndonos reír con cada gesto, y también con la palabra, claro. Aunque ellos sean la gran parte del espectáculo, tan poco les falta mérito a los que están detrás de todo: luces, música, maquillaje, vestuario, dirección...
Admirando la labor que hacéis, ya sólo me queda daros las gracias por haberme metido el "gusanillo" del teatro en el cuerpo. ¡FELICIDADES!
jueves, 7 de abril de 2011
Trayecto en autobús

Iván, estudiante de Informática, se desplazaba diariamente en autobús para dirigirse a la facultad. Con sus grandes cascos y su música a cuestas se subía a él, esperando poderse sentar en un buen sitio; le agobiaba tener que ir de pie cuando iba lleno, rozándose con todo el mundo y sin poder casi ni respirar.
Durante el trayecto que realizaba, que duraba aproximadamente casi media hora, se sumía en sus más profundos pensamientos, y reflexionaba sobre su vida. Aunque a veces, simplemente se limitaba a observar a la gente. Ese día, por ejemplo, vió a un niño muy raro; no es que fuera raro en sí, era rara su cabeza, su cara: se parecía a un extraterrestre. Llamémosle "niño extraterrestre".
A Iván le gustaba imaginarse la vida de la gente, o más bien, reflexionar en lo diferentes que podían ser unas de otras, cada una con sus familias, sus problemas, sus aficiones, sus manías. Quién podía saber, que en ese espacio tan reducido, que compartes con personas desconocidas cada día, pudiera haber un asesino en serie, o el futuro inventor de las casas flotantes en el espacio.
También le gustaba, como no, descubrir que las muchachas sentadas a su alrededor le estaban mirando. No era un creído, pero la verdad es que tenía éxito con las mujeres. Con su particular manera de vestir, sus ojos verdes, su piel morena, y su deliciosa sonrisa, la verdad es que se le podía considerar un chico bastante atractivo. Pero de todas las muchachas, no destacaba ninguna especialmente. No le gustaban las pijas de la facultad de Empresariales, pero quién sabe... Quizá Iván encuentre el amor en su trayecto en autobús.
Durante el trayecto que realizaba, que duraba aproximadamente casi media hora, se sumía en sus más profundos pensamientos, y reflexionaba sobre su vida. Aunque a veces, simplemente se limitaba a observar a la gente. Ese día, por ejemplo, vió a un niño muy raro; no es que fuera raro en sí, era rara su cabeza, su cara: se parecía a un extraterrestre. Llamémosle "niño extraterrestre".
A Iván le gustaba imaginarse la vida de la gente, o más bien, reflexionar en lo diferentes que podían ser unas de otras, cada una con sus familias, sus problemas, sus aficiones, sus manías. Quién podía saber, que en ese espacio tan reducido, que compartes con personas desconocidas cada día, pudiera haber un asesino en serie, o el futuro inventor de las casas flotantes en el espacio.
También le gustaba, como no, descubrir que las muchachas sentadas a su alrededor le estaban mirando. No era un creído, pero la verdad es que tenía éxito con las mujeres. Con su particular manera de vestir, sus ojos verdes, su piel morena, y su deliciosa sonrisa, la verdad es que se le podía considerar un chico bastante atractivo. Pero de todas las muchachas, no destacaba ninguna especialmente. No le gustaban las pijas de la facultad de Empresariales, pero quién sabe... Quizá Iván encuentre el amor en su trayecto en autobús.
lunes, 4 de abril de 2011
Pequeños placeres de la vida

Para ser feliz, a Clara no le hacía falta mucho. Simplemente, encajar con su correspondiente pieza de puzzle, Óscar y disfrutar de los pequeños placeres de la vida, que para cada de una de las personas del mundo serán diferentes.
Para Clara eran: tomar un vaso de Coca-Cola bien frío después de hacer el amor, que el olor de un libro nuevo penetrara en su olfato, acariciar un peluche, rozar su cara por la barba de Óscar, oír el mar desde una caracola, comer chocolate y algodones de azúcar, llorar ante un espejo, hacer pompas de jabón...
Pero, con bastante diferencia, los mejores de todos eran los besos de Óscar: esos besos pequeñitos, tan dulces...que llevan un "te quiero" impreso. Ésos besos mágicos eran los que hacían de Clara la jovencita más feliz del mundo.
Para Clara eran: tomar un vaso de Coca-Cola bien frío después de hacer el amor, que el olor de un libro nuevo penetrara en su olfato, acariciar un peluche, rozar su cara por la barba de Óscar, oír el mar desde una caracola, comer chocolate y algodones de azúcar, llorar ante un espejo, hacer pompas de jabón...
Pero, con bastante diferencia, los mejores de todos eran los besos de Óscar: esos besos pequeñitos, tan dulces...que llevan un "te quiero" impreso. Ésos besos mágicos eran los que hacían de Clara la jovencita más feliz del mundo.
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