
Acostumbrada al bullicio de la ciudad, estar en aquel frío pueblecito de interior era una experiencia nueva.
Se asomó a su nuevo balcón, rebosante de flores de colores, con un simple jersey de lana que le cubría gran parte de su pequeño cuerpo, haciéndole las veces de vestido. Ni rastro de grandes atascos a las horas punta, ni rastro de enormes columnas de ladrillo unas al lado de otras...
Sólo observaba pequeñas casitas con tejas naranjas y chimeneas, con balcones como el suyo, con un telón de fondo precioso: las montañas.
Es verdad que hacía mucho frío, que el pueblo no tenía más de veinte habitantes, que la vida allí no tenía muchas distracciones..., pero no le importaba. En ese momento, no podía sentirse mejor, allí, en el balcón, con el frío pegado a sus huesos, y olvidándose lentamente de todos sus problemas.
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