Volviendo al problema de que tenía a un fantasma como compañero de banco, también pensó que si contaba su experiencia a un famoso programa de misterios, se haría rica, y que así no estaría tan mal como ahora. Pero si creía en la teoría del destino…No tenía nada que hacer.
Pero no podía hacer eso. No era un fantasma cualquiera, era Pablo, su ser más preciado, que acababa de perder por su culpa, por dormirse mientras le atropellaban. No estaría bien sacar dinero gracias a la muerte del pobre chico.
Así que, sin más dilaciones, por fin, se dirigió a él con tristeza.
La estaba mirando, y le sonreía. Extendió su mano hacia él, con la intención de acariciarlo, pero no sintió nada. La mano traspasó su cuerpo como si fuera aire y él no se inmutó.
Tras su intento frustrado, decidió que era mejor el don de la palabra.
Su discurso fue muy corto, pero no hacía falta decir más. Como dice el refrán, “A buen entendedor, pocas palabras bastan”. Lo único que ella quería que supiera es que le quería, que siempre le había querido, y que nunca lo olvidaría.
Tras estas emotivas palabras, Paula volvió a derrumbarse y dejó de caer su cabeza entre sus rodillas.
Fue mientras tanto, cuando creyó que le susurraba dulcemente al oído: “No tengas miedo, Paula, no llores. Nunca estarás sola. Y que sepas que yo te he querido, te quiero y te querré”.
Rápidamente, volvió a mirar a su lado, esperando encontrarse con sus ojos verdes, o con sus labios vaporosos que nunca podría besar, pero no fue así. Había desaparecido, se había esfumado, desvanecido.
Pero quizás todo esto había sido fruto de otra ensoñación o de una jugarreta de una mente caprichosa.
O quizás no.
Sólo Pablo sabe la respuesta.
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