jueves, 12 de mayo de 2011

Sólo los muertos conocen las respuestas (Parte 7)

Volviendo al problema de que tenía a un fantasma como compañero de banco, también pensó que si contaba su experiencia a un famoso programa de misterios, se haría rica, y que así no estaría tan mal como ahora. Pero si creía en la teoría del destino…No tenía nada que hacer.

Pero no podía hacer eso. No era un fantasma cualquiera, era Pablo, su ser más preciado, que acababa de perder por su culpa, por dormirse mientras le atropellaban. No estaría bien sacar dinero gracias a la muerte del pobre chico.

Así que, sin más dilaciones, por fin, se dirigió a él con tristeza.

La estaba mirando, y le sonreía. Extendió su mano hacia él, con la intención de acariciarlo, pero no sintió nada. La mano traspasó su cuerpo como si fuera aire y él no se inmutó.

Tras su intento frustrado, decidió que era mejor el don de la palabra.

Su discurso fue muy corto, pero no hacía falta decir más. Como dice el refrán, “A buen entendedor, pocas palabras bastan”. Lo único que ella quería que supiera es que le quería, que siempre le había querido, y que nunca lo olvidaría.

Tras estas emotivas palabras, Paula volvió a derrumbarse y dejó de caer su cabeza entre sus rodillas.

Fue mientras tanto, cuando creyó que le susurraba dulcemente al oído: “No tengas miedo, Paula, no llores. Nunca estarás sola. Y que sepas que yo te he querido, te quiero y te querré”.

Rápidamente, volvió a mirar a su lado, esperando encontrarse con sus ojos verdes, o con sus labios vaporosos que nunca podría besar, pero no fue así. Había desaparecido, se había esfumado, desvanecido.

Pero quizás todo esto había sido fruto de otra ensoñación o de una jugarreta de una mente caprichosa.

O quizás no.

Sólo Pablo sabe la respuesta.

lunes, 9 de mayo de 2011

Sólo los muertos conocen las respuestas (Parte 6)

Estaba exactamente igual que como lo acaba de ver: mismo peinado, mismo traje de chaqueta…, la misma persona en dos lugares diferentes.

En la carretera yacía su cadáver; en el banco, a su lado, un cuerpo vaporoso, lo que se conoce vulgarmente como fantasma.

Ella nunca había creído en los seres del más allá, pero sabía muy bien ante lo que se encontraba. Era un espectro, sin lugar a dudas, por muy reacia que fuera en creer que los difuntos no tenían ningún motivo por el que aparecerse delante de una persona que todavía no se había ido al otro mundo.

Las películas siempre ponían a los fantasmas como seres aterradores, con sed de venganza, que hacían imposible la vida de un grupo de personas.
Pero ella no lo veía como un fantasma, no le aterraba, a pesar de estar temblando, a causa de la impresión.

Miró a su alrededor, para comprobar que las personas que pasaban por allí también lo estaban viendo, pero no era así.

La gente que pasaba por allí sólo se quedaba mirando el cuerpo sin vida de Pablo, y nadie se percataba del otro Pablo, el que estaba a mi lado. Incluso, pasaban por delante de él, y como si nada. La gente no se asustaba.

¿Sería ella la única que lo veía? ¿Tenía un don para ver fantasmas o es que de verdad los muertos se comunicaban con los vivos por algún motivo?

Cada vez estaba más extrañada y confusa con todo lo que le había pasado en menos de diez minutos. Era totalmente surrealista.

Pero no era tiempo de ponerse a pensar en estas incógnitas, el fantasma de Pablo seguía a su lado, esperando algo, suponía ella.

Tendría que hablarle para ver si le contestaba. ¡Hablar con un fantasma! En su vida se había imaginado eso, aunque tampoco se había imaginado nunca que estaría viviendo en la calle para el resto de su vida. ¿Quién en su sano juicio imaginaría eso? Nadie.

Al pensar esto, creyó en el destino. Podía ser cierto que el destino decidiera la vida de las personas, y que fuera inamovible. Era posible que, en la vida de Paula estuviera escrito: “Paula acabará viviendo en la calle, pasará hambre, frío, y además, el chico de sus sueños morirá delante de sus ojos. En definitiva, será una desgraciada para el resto de su vida y pasará porque está escrito”.